domingo, 9 de noviembre de 2008

El orígen de todo o el Gran Sapo paraguayo

se supone que uno debe ir superando sus taras con los años. con algunas lo he logrado (ya no duermo con la luz prendida -o no todos los días), pero con otras es un poquito más complicado. conozco mucha otra gente que dice "a mí tampoco me gustan los sapos", pero creanme, mi tampoco me gustan es mucho más grande que cualquiera. mitampocomegustan es ENORME, es un arial 36.
si alguien me quiere matar, le doy una idea: sorprendame con un sapo hervido adentro de una de las ollas de teflón de mi cocina.
los sapos me violentan, me despiertan una furia incontrolable, un deseo de exterminio masivo, de no verte nunca más. los he padecido en la casa de mis primos en hurlingham, en donde se escondían todos achataditos debajo de un tronco, y en donde en las tardes de lluvia, desde la ventana del living, los veía saltar sacados de felicidad por todo el jardín. los he sufrido también en el club del banco hipotecario en Villa Celina, en las casas que alquilábamos los veranos en Miramar.
el morbo me ha llevado a acumular historias de todo tipo. la más truculenta: mi prima (la de hurlingham) se despierta en medio de una noche húmeda y calurosa y decide ir a tomar un poco de fresco. olvida calzarse. saliendo por la puerta de la cocina hay que bajar un escalón para acceder al jardín. camina con ímpetu, con prisa por sacarse el calor de encima. interrumpe su urgencia una masa fría y gelatinosa que se desarma bajo su pie apenas lo apoya en el pasto. nunca más olvida calzarse para salir al jardín.
Otra. Esta vez soy yo la protagonista. Es verano, me llevé phonetics de primer año, y estoy modulando para pronunciar cat diferente a cut. Mi madre me pasa a buscar con el auto -venimos escuchando Ricky Martin y esto lo recuerdo claramente-, yo me acomodo en el asiento del acompañante. casi estamos por llegar a mi casa de virrey liniers, cuando veo contra el vidrio una papada verdosa inflándose y desinflándose. grito como si hubiera visto un fantasma (eso dice después mi mamá)y la obligo a clavar el freno en el medio de la calle. bajo corriendo del auto y nunca sé (tampoco me lo pregunto hasta hoy) quién de mi familia libera al pobre sapo aprisionado por el limpiaparabrisas.
Un poco más grande, en Miramar, organizaba verdaderos operativos de logística para salir por las noches al boliche (siempre alquilabamos cerca del vivero y había muchos sapos): mandaba a mis amigas a hacer una recorrida previa, con linternas, y cuando me aseguraban que no había ninguno en las inmediaciones de la casa, recién me animaba a atravesar la puerta de calle.
No sé si algún día lo superaré y no sé tampoco de dónde viene la fobia. puedo arriesgar una hipótesis: hace un tiempo mi mamá me hizo acordar que cuando vivíamos en Paraguay (yo tenía unos 3 años y sólo tengo flashes), había en el jardín un sapo. sólo uno, pero era enorme. el sapo más grande que mi madre vio alguna vez; no lo sé con seguridad, sólo lo puedo intuir, pero creo que alguna vez tuve un Gran Encuentro con ese Gran Sapo paraguayo y ese fue el orígen de todo.

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