"Bienvenida a los 70´s", me dice mi papá en una de las últimas cenas de domingo.
Después, el clima se enardece. Yo estoy ofendida porque mis amigos me llamaron "oligarca" por veranear en mar de las pampas. Él todavía se acuerda cuando le dijeron que de política no podía hablar porque trabajaba en el citibank y eso lo hacía un "vendepatria".
Mamá, con su corazoncito peronista, interviene de a ratos, y quien podría juzgarla si en su manga cuenta con todas esas buenas historias, como la madre en el hospital, eligiendo casi como sus últimas palabras un "Viva Perón". O la carta que el padre en sus tiempos de gendarme le entregó al general en un viaje compartido de ascensor. Un pedido de ayuda para comprar un departamento y salir del garage en el que vivían, un pedido que el general leyó y cumplió.
Mi papá, en cambio, todavía se pone rojo de rabia, cuando se acuerda que le hacían leer "La razón de mi vida" en el colegio.
Villa Celina fue el barrio donde se juntaron dos historias que nada querían tener que ver una con la otra, pero sin embargo sí.
Mi mamá y sus padres salen de un garage y se mudan a los monoblocks y esas moles de concreto son el gran sueño de su vida.
Mi papá y sus padres se mudan también allí, pero casi como un castigo. Tienen que dejar la ciudad, para mudarse a un barrio pérdido, casi el campo.
Mi papá vive en edificio 1, entrada 1. Mi mamá en el 2, entrada 2.
No hay comentarios:
Publicar un comentario