hoy me metí en el tunel del tiempo. o en una galería de acoyte y rivadavia que es casi decir lo mismo. desde los 17 años por lo menos que no pisaba una y creo recordar cuál fue el motivo de esa última excursión: un bolso blanco de Ef que me llevé a Los Angeles en mi viaje de reencuentro con Rodrigo.
Lo cierto es que, al igual que Belgrano, Caballito siempre fue un barrio que me pegó mal. depresión severa. pienso en josé maría moreno y me dan ganas de no levantarme de la cama, pienso en los negocios del fondo de esas galerías, los más pobres y oscuros, esos barcitos en donde alguna vez tomé una coca cuando iba con mi mamá a comprarme ropa y tengo ganas de llorar. pienso en primera junta y no....creo que en primera junta no puedo ni pensar.
cuando era chica, Boedo no era lo que es hoy, un barrio lleno de negocios, tiendas de chinos por todas partes, bares para turistas y mucha vida. Boedo era Casa Vivian, el café Dante, el cine Cuyo cada vez con menos asientos ocupados, la heladería Leoyak, tardes de siesta y negocios cerrados. Ante la evidente falta de opciones, Caballito se convertía entonces en nuestro centro, la zona a la que había que moverse para comprar regalos de navidad, hacer la compra anual de ropa o conseguir cosas que no se conseguían en Boedo.
Yo odiaba esas salidas, odiaba las galerías, sus luces blancas, comprarme ropa, el cafecito obligado, las bolsas arriba de las sillas, encontrarme con alguna compañerita del colegio y su mamá haciendo el mismo plan.
Al margen de estas excursiones no tenía otro vínculo con Caballito; mi hermana, en cambio, tenía amigas y novios en el barrio. Yo me movía por Boedo de chica y cuando fui adolescente -mis amigas vivían la mayoría en Once- nuestras actividades comenzaron a girar en torno al Alto Palermo, un lugar en el que prácticamente habíamos levantado un campamento. Nos quedábamos horas en el patio de comidas, dembulábamos por el drugstore, nos probabamos ropa que nunca íbamos a comprar, zapatos.
Si entrara hoy al Alto Palermo, también se sentiría como en el tunel del tiempo. Por eso, me tengo vedado el ingreso: hace años que no lo piso y no tengo ninguna intención en volver a hacerlo.
Así como no pego onda con Caballito o Belgrano, tengo una química notable con otros barrios, casi siempre del sur. Parque Patricios, por ejemplo. No conozco mucha gente ni tengo grandes historias vividas en sus calles (como si tengo en Once o en los alrededores del Congreso), pero cada vez que camino por ahí siento una conexión especial, como si hubiera vivido ahí en otra època (creo en la reencarnación), hay algo.
Hoy, cuando se me ocurrió escribir este post estaba esperando a una amiga para ir a nuestra primera clase de reggeaton. Lo seguí pensando mientras preseaba mami preseaba y te juro que creí que me iba a salir un post alegre, tan alegre como mi bamboleo de caderas, pero ahora que lo releo se me puso tristón. Las consecuencias de pensar demasiado en Acoyte y Rivadavia en el día de la fecha.
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