jueves, 31 de marzo de 2011

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Me molesta mucho la gente que no se orienta espacialmente.
Tengo amigas que hoy -a los 32 años- las parás en Corrientes y Callao y les preguntás para dónde queda Las Heras y no tienen idea. No estoy exagerando. A veces intento pensar cómo seria si fuera como ellas, si me faltara esa clase de información y me da un poco de vértigo.
Yo me siento basante orgullosa de saber cómo ir a casi cualquier lugar de capital y de tener cierta noción del conurbano: dónde queda guernica, cómo ir hasta berazategui, entre qué y qué queda temperley o burzaco. Domino mucho más el sur que el norte y del oeste, algo.
Igual tengo una forma rara de moverme. No me gustan los mapas, ni tener guía T encima, ni mucho menos consultarle a la gente en la calle: soy como mi papá (¿o todos los papás?) en eso. Me alcanza con saber qué es "lo que me acerca".
Con tal de no preguntar, me bajo dos paradas antes, me paso diez cuadras o me quedo en el colectivo hasta que me dicen "acá termina el recorrido" porque me tomé cualquier ramal (no te domino los ramales). El otro día, yendo de San Martín a Chacarita, me bajé 10 cuadras antes porque "sentí" que ya estabamos llegando. Error: tuve que bordear todo el cementario hasta meterme en la boca del subte. Todos estos percances se resolverían con un simple, "disculpe señor, ¿falta mucho para Lacroze?". Lo sé. Pero no es timidez, es paja. es yo me arreglo sola.
Cuando viajamos a alguna ciudad nuevo, hago paneo, tomo algunas referencias (a ver, dónde está el agua) y estoy segura de que voy a llegar a cualquier lugar que me proponga. Me fastidia enormemente cuando R saca el mapa, me irrita. No quiero ver donde se cruzan tal y tal calle, no quiero saber cuántas cuadras exactas faltan, sólo quiero caminar. La última vez, en Nueva York, quería encontrar el lugar frente al Queensboro donde Woody Allen y Diane Keaton se sientan en Manhattan. "¿Cuántas cuadras son?", me preguntaba R. "Es acá cerca, unas cinco". A las cinco cuadras, otra vez, "¿dónde queda este lugar?", "por acá cerca". Y después "falta poco", "ya casi", "no puede estar mucho más lejos". "¿Por qué no te fijás bien en el mapa", de nuevo él.
Las cinco cuadras fueron como quince largas. R me odió, soltó la mochila, se acostó en un banco con los pies para arriba y me siguió odiando toda la tarde.

5 comentarios:

Maru dijo...

Ja, yo soy igual. La clave es que una *sabe* que va a llegar, como sea. Me contaba una amiga muy racional (?) que cuando se fue a vivir a Israel, preguntaba en la calle si faltaba mucho para tal cosa, y le contestaban "5 minutos más de caminata", o sea, una medida 100% subjetiva -me encantó lo de "sentir" que ya estás llegando. Ella se volvía loca. Para mí no habría problema.

Mariela alias leti dijo...

Yo soy desubicadísima y encima como vos, no pido casi nunca referencias. El otro día la pasé muy mal en el 39. Me tomé otro ramal y el camino era re desconocido para mi, pensé que me había ido para cualquier lado. Esperé y esperé, con una angustia tremenda, hasta que de pronto aleluya, apareció Santa Fe.

Jade dijo...

hay que dejarse perder

besos lindas!

Maria dijo...

No te enojes con los desorientados, no lo podemos evitar...yo en cambio tengo conciencia exacta del tiempo y la hora sin mirar el reloj.
Es el tiempo o el espacio, a veces no se nos dan los dos.

Adriana Agrelo dijo...

ah, me encantaría sentarme en ese banco bajo el puente de Manhattan, le pedí a unos amigos que lo hicieran y no encontraron el lugar.