sábado, 15 de noviembre de 2008

Domingos al sol

Programa de domingo: limpiar la pileta del country. Sin cloro ni mantenimiento, lo obvio: el agua se pudrió. Es la pileta de la ciénaga y yo Graciela Borges, pero con el vaso lleno de coca-light. “Te sentás en el borde a tomar sol y a leer y cada tanto preguntas: ¿todo bien?”, me reprocha mi enamorado. No es tan cierto, pero démoselo por válido (tengo una reputación). Eso sí, él y mi papá cargan con la peor parte, cepillos, balde con detergente y a meter el cuerpo en la mugre. Los bichos salen fácil, pero las hojas no tanto, se pegan a las paredes y hay que refregar fuerte para despegarlas, es como hacer 80 flexiones de brazos, dice. Yo, mientras tanto, leo una entrevista a la escritora Muriel Spark, que me reconforta; tengo que ir de a partes, haciendo algo en el medio, como servirme coca o ir al baño o jugar con Renata, porque cuando algo me gusta mucho no lo tolero de corrido. Siempre me pasó. En una parte Spark dice que se dedicó a vivir su 20 y sus 30 y que recién a partir de su cuarta década comenzó a escribir. Estaba decidida a sacarme de adentro todas esas novelas que se habían ido acumulando en mí con el correr de los años. Me gusta mucho, porque no es muy racional, pero siento algo parecido. Que están ahí, por todo el cuerpo, acumuladas, esperando el momento justo, la alineación de planetas, para salir. También me identifico en lo de trabajar con la memoria; más que con el ingenio o la imaginación (carezco).

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En algún momento, me siento mal por no colaborar y decido ayudar en algo: vos cepillá, yo manguereo, que es lo más divertido, pongo el dedo y así tiro más lejos; pero se necesita presión, no distancia, así que más cerca mejor, un rato y después cambiamos.

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¿Siempre escuchan cumbia detrás del alambrado? ¿Aunque sea la hora de la siesta? ¿la cumbia les quita el sueño? A veces también se escuchan unos chamamés que ahí sí te dan ganas de salir y ponerte a bailar y hacer el grito del sapucay.
Como cuando vamos a comprar al pueblo, y siempre hay chicos jugando, andando en bicicleta, la familia tomando mate en el patio de adelante, un poco al sol y otro bajo la higuera; después volvés, pasás la guardia, y acá también hay chicos jugando y muchas bicicletas, pero no cumbias ni chamamés, la música viene siempre de atrás del alambrado.

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La pileta queda impecable, y es justo que no me lleve ningún mérito. Sólo manguereé un rato hasta que pasó la novedad, di algunas indicaciones y fui a comprar unos víveres al clubhouse: gaseosa bien fría y biscochitos de los salados y los agridulces. En el fondo queda un resto de agua podrida. Primero pensamos en sacarla a baldazos, pero nos arrepentimos enseguida: prendemos el agua y empezamos a llenar, total después se mezcla lo sucio con lo limpio, se pone mucho cloro y el filtro también hace su trabajo.

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