miércoles, 19 de noviembre de 2008

Con resaltador

Entre tanta rutina peronista (de la casa al trabajo y del trabajo a casa) a veces pasa algo que merece contarse. en estas últimas semanas:

-intenté detener un auto de 1.500 kg con mis brazos (y fracasé, previsiblemente) (1)

-caminé 8 cuadras descalza por Almagro y los pies me quedaron negros (previsiblemente) (2)

-mi primer noviecito me contactó por Facebook, con un mensaje que decía: "Muchas veces me pregunté que habría sido de tu vida" (3)

-conocí muchos escritores en el filba y resolví que a los escritores es mejor no escucharlos hablar (4)

(1) Puede que este punto merezca un desarrollo más extenso. Sábado a la tarde, mucho sol, calorcito, mi amiga S me había invitado a su terraza a compartir unos mates (yo paso), litros de coca, tortas ricas de manzana y una larga charla hasta que saliera la luna. No pude decir que no. Allá fui con el volks, que lo mantengo nuevito, sin ningun toque, no es carro de lechero como el escort. En fin, estaciono en riglos, hago todo el operativo de seguridad (punto muerto, freno de mano, palanca en
el volanta, alarma) o creo hacerlo y me bajo. Apenas cierro la puerta, el auto me empieza a abandonar. Primero confío en que va a frenarse solo, pero enseguida me doy cuenta de que es una calle en bajada -muy- y el auto más próximo (un taxi) está a unos 10 metros. Mi primera reacción es hacer lo que debe hacer una persona racional: intento abrir la puerta con la alarma, meterme y accionar el freno de mano. Pero no controlo ya mis nervios y desesperada prendo y apago la alarma sin lograr abrir la puerta nunca. La segunda reacción es lanzarme a detener el auto, me cuelgo de costado, y mientras todos los conductores parados en el semáforo de Riglos miran cómo me encamino a la ruina, yo lo sigo intentando. No abandono la lucha hasta acompañar el golpe del auto contra el taxi. Igual la saco bastante barata, el Volks es fuerte y resiste. Por eso es el auto del pueblo.

(2) Puede que este punto también. Pero de forma más sintética. Voy a la facultad. Mi torpeza habitual hace un combo explosivo con las veredas de buenos aires. Me trago una baldosa floja y mi ojota verde con brillitos tan linda que me compré en un lugar que se llama pies de cenicienta queda malherida. su integridad pende literalmente de un hilo. camino despacio para que el mal no sea mayor. Logro llegar a la facultad y dar una muy buena clase sobre la oralidad secundaria en tiempos de internet (mucho ong, mucho mcluhan), pero cuando estoy volviendo, la ojota verde agononizante dice basta. Son las 10 de la noche, no hay zapaterías 24 horas y no me queda otra opción que sacarme la otra ojota y caminar descalza. 8 cuadras. Llego con los pies negros y recuerdo que cuando era chica, en Boedo (o en mi cuadra) se había puesto de moda andar descalza, a lo indio, cuanto más lejos te animaras a ir y más sucios tuvieras los pies, tanto mejor. Una moda rara. Igual no duró mucho, fue tan fugaz como la moda de coleccionar marquillas.

(3) Puede que éste no.

(4) Puede que éste tampoco

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